“Construido en la fábrica (…) que hizo el
gobierno norteamericano para fabricar los bombarderos B-29…”
“Motor de aviación de 150 HP…”
“Frenos de disco hidráulicos, iguales a los de los bombarderos…”
Cualquiera diría que es un avión, pero no; es un auto. No es un auto
cualquiera, es un auto pensado para cambiar el concepto del auto de
calle, el Tucker’48.
Durante la Segunda Guerra Mundial la industria de los países
beligerantes redujo a un mínimo la producción de productos civiles para
concentrarse en el esfuerzo bélico. Los automóviles norteamericanos, que
todos los años tenían un modelo nuevo, cortaron su serie entre 1943 y
1945. Era lógico que todos esperaran la paz para disfrutar de los
adelantos tecnológicos, y volver a las costumbres tradicionales.
Preston Tucker (1903 - 1956), un empresario automovilístico con
antecedentes como innovador y varios triunfos deportivos en su haber,
decidió llevar a la práctica el ideal del automóvil que concentrara
todas las nuevas tecnologías en un diseño revolucionario.
Y realmente hizo algo revolucionario, no sólo en lo estético, sino en lo
tecnológico, tratando de incluir en un solo auto todas las novedades
disponibles después de la contienda. Por supuesto, muchas de esas
novedades provenían de la aviación, una disciplina que entonces gozaba
de un prestigio sin igual. Tucker no vaciló, en su promoción, en marcar
todo lo aeronáutico que tenía su auto, empezando por el motor, que en
realidad era un motor Franklin de helicóptero, modificado para funcionar
enfriado por líquido, ubicado en la parte posterior del vehículo. Así
logró atraer la atención del país, y evidentemente del mundo.
Un diseño de tales características tenía que tener, y tuvo, problemas de
desarrollo fenomenales, pero la principal complicación fue otra. La
empresa de Tucker fue acusada de fraudes, siendo cerrada por las
autoridades. Sólo se fabricaron cincuenta y un autos, que hoy los
coleccionistas cotizan en el orden del millón de dólares.
El aviso que hoy nos acompaña fue publicado en la revista Continente de
Buenos Aires en julio de 1948, y es una muestra de ese prestigio que
tenía la tecnología aeronáutica en la postguerra inmediata. La lectura
detenida del texto muestra a las claras una intención de mostrar un auto
decididamente aeronáutico.
Además es una rareza, porque suena difícil de creer que hubiera un
representante de una marca como Tucker dispuesto a vender sus autos en
la Argentina, un país que en ese momento estaba entrando en una
importante crisis de balanza de pagos con Estados Unidos. Con una
producción tan pequeña es posible seguir la trayectoria de todos los
vehículos fabricados, y nada hace pensar que alguno de ellos haya
llegado a nuestro país.
Buenos Aires 13 de
Junio
de 2011