Técnicamente debería haber sido considerado un viaje de negocios (no era
turismo, ni visitas a parientes o amigos). El programa era aparentemente
sencillo y constaba de dos partes, recorrer una planta logística en
Villa Mercedes y participar de la presentación de una nueva locomotora (La
Puntana) en un acto que se realizaría el 7 de octubre al atardecer.
No había forma de hacer un periplo razonable en avión de línea. Había un
vuelo de Sol el mismo día 7 (8R 5314, a las 10:30 con llegada a las
12:20), pero absolutamente nada para volver por la noche tarde, o al día
siguiente, o dos días después. Había que esperar al lunes (tres días)
para encontrar una vuelta en servicio de línea.
De todos modos es interesante acotar que había tres tarifas ($ 736.- , $
681.- y $ 584.-)1,
y que si bien la Resolución 112/2011 que establece las tarifas, no
menciona Villa Mercedes, fija para volar a San Luis (una distancia algo
mayor) una tarifa de referencia mínima de $ 354.- y una máxima de $
672.-.
Agotada en principio la opción de la línea aérea vino la opción del taxi
aéreo. Era posible —y bastante más caro, sobre todo con pocos
pasajeros—, pero tropezaba con problemas de horarios de aeropuerto. El
ideal hubiera sido volver al cierre del acto, pero el aeropuerto de
Villa Reynolds cierra a las nueve de la noche, lo que implicaba un
pernocte de aeronave —con su costo— y no cerraba el supuesto inicial de
ir y volver en el día, ni siquiera a cualquier precio (ver
Aviación federal (en serio)).
Así fue que volvimos a la hipótesis de ir con Sol, asumiendo que
volveríamos cómo y cuándo pudiéramos. Como dicen los conformistas, es lo
que hay. Algunos integrantes del grupo directamente desistieron de
viajar, y uno optó por tomar un bus la noche anterior. Fue el primero en
llegar y el único que llegó a horario.
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Pasajeros en el primer piso de Aeroparque, esperando
poder embarcar
(foto: Pablo
Luciano Potenze). |
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Intermedio surrealista
Lo que
conté hasta aquí está dentro de las cosas que pueden ocurrir en nuestro
medio. Para mí no hubo ninguna sorpresa. En la parte que sigue del
relato van a entrar otros elementos que si bien tampoco son sorpresas,
se parecen más al realismo mágico que al mundo racional.
Quiso la suerte que el 6 de octubre se desatara una tormenta importante
en el centro del país, la que continuó durante el día siguiente. Eso
complicó las operaciones aéreas, las hubiera complicado en cualquier
lugar del mundo pero aquí se superarían todas las expectativas. Otro
dato anecdótico fue que ese viernes 7 de octubre comenzaba un fin de
semana largo.
Sol nos avisó telefónicamente que el vuelo estaba demorado, con nueva
estima de despegue a las 12:30. Llegué a Aeroparque con tiempo de sobra
para un check in razonable. La terminal A estaba atestada —algo raro
cerca del mediodía—, pero el viejo “Puente aéreo” tenía poca gente y los
trámites fueron rápidos. Según la empresa, el avión saldría en el
horario reprogramado.
En el primer piso la aglomeración era mayor. Allí escuché por primera
vez los altoparlantes, por los que Aerolíneas Argentinas informaba que
“por restricciones de tránsito aéreo asociadas con la meteorología” se
producían demoras en los vuelos. Debían ser muchas demoras, a juzgar por
la cantidad de gente que había esperando.
Sin otra información oficial, lo que ocurre en todo el mundo ocurría en
Aeroparque, la gente hablaba, y llegaban noticias diversas, pero la más
firme —y convincente— era que había un conflicto gremial con los
torreros que estaban demorando artificialmente los vuelos. Eso era más
creíble que toda la información que daban las compañías. La tormenta se
había convertido en un día nublado con llovizna, y reloj en mano se
podía comprobar que los pocos movimientos que había en la pista no
respetaban absolutamente ningún patrón de separación en el tiempo.
Parafraseando a Bill Clinton podría decirse: no es la meteorología,
estúpido, son los gremios.
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Los jóvenes tienen su propia manera de esperar el
embarque
(foto: Pablo
Luciano Potenze). |
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Para
hacer honor a la verdad debo aclarar que el personal de Sol nos informó
oficiosamente en su mostrador que el conflicto era la causa de todo. Nos
dieron un estimado de despegue a las 14:30, o sea cuatro horas después
de lo previsto, lo que sumado a la duración del vuelo significaba más de
un 200% de tiempo de viaje adicional.
Mientras tanto los ánimos se caldeaban. Era poco menos que imposible
conseguir una silla salvo en el patio de comidas, que también estaba
atestado. De vez en cuando algún vuelo se anunciaba por el antiguo pero
eficiente método de los anuncios a viva voz. Alguien desde la entrada a
las puertas del sector estéril gritaba “Ushuaia” y los pasajeros a su
vez repetían la alerta para que los agraciados se acercaran —a los
empujones— a la puerta. Por supuesto había todas las confusiones
imaginables, porque había pasajeros a Ushuaia de LAN y de Aerolíneas
Argentinas, y nunca se sabía cuál era el vuelo anunciado.
De repente los embarques se pararon. Desde abajo llegó la versión de que
un pasajeros había golpeado a un empleado de Aerolíneas Argentinas y eso
había generado un paro gremial. Nadie sabía bien lo que pasaba, pero por
los altoparlantes Aerolíneas Argentinas seguía mintiendo que había
“restricciones de tránsito aéreo asociadas a la meteorología”. Las malas
palabras de los pasajeros desairados estaban a la orden del día.
Pero en la planta baja los ánimos estaban bastante más caldeados. Varios
vuelos se habían cancelado pero a los pasajeros no les devolvían los
equipajes, y nadie daba ninguna explicación.
En medio de esta aglomeración algunos miembros de la Policía de
Seguridad Aeronáutica paseaban con cara de “¿qué estoy haciendo yo
aquí?”. Tampoco sabían nada ni hacían nada.
De repente apareció un empleado de Sol que, también a los gritos,
buscaba a sus pasajeros. Nos hizo entrar a la zona estéril, que estaba
casi vacía, y a partir de allí, para nosotros, las cosas se
normalizaron. Tan normales fueron, que alguien pasó por el arco detector
de metales, lo hizo sonar y nadie lo revisó.
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Cuando no hay nada que hacer el gran entretenimiento
es mirar la pantallas para ver si aparece nuestro
vuelo, aunque sea como cancelado, para saber a que
atenernos
(foto: Pablo
Luciano Potenze). |
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De vuelta a la normalidad
Si se
analizan los recorridos que hace un pasajero que hace el check in en la
terminal vieja Puente Aéreo la conclusión es que el que disñó el sistema
era ún inútil o un sádico. En otros tiempos había un sector de
preembarque en esa misma terminal, pero ahora hay que subir a
preembarque común en el primer piso, caminando cientos de metros, y en
la mayoría de los casos volver a bajar para acceder al avión. Un sistema
de terminales a distintos niveles como el de Aeroparque sólo se
justifica desde el punto de vista de las circulaciones si hay mangas,
pero aquí sólo hay cuatro posiciones con manga y treinta y una sin
ellas. En nuestro caso el avión estaba en la remotísima posición 24,
mientras que antes los aviones chicos usaban las más cercanas 1 a 5,
pegaditas al viejo preembarque. Los servicios deberían tener mejoras,
pero aquí se han implementado peoras.
El vuelo en un SAAB SF-340 no tuvo mayores novedades. El avión estaba
limpio, el servicio de a bordo consistía en bebidas sin alcohol
(incluido café) y la azafata era decididamente simpática. La tripulación
técnica estaba integrada por tres personas, lo que sugiere que había
alguna instrucción o inspección. El tiempo de vuelo fue el del horario.
Todo como debe ser, pero con atraso y después de pasar por una
experiencia claramente desagradable.
La ocupación estuvo en el orden del 50%, lo que me hace pensar que Sol
perdió dinero con este vuelo. No sé cuántas cancelaciones hubo por la
demora.
Aterrizamos en el desierto aeropuerto de Villa Reynolds, cuya pista está
llena de fisuras y exige una inversión que no puede dilatarse mucho.
Allí no se veía ningún avión de ningún tipo aparte del nuestro, que
estuvo sólo unos minutos.
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El SAAB SF-340 LV-BTP de Sol que nos llevó a Villa
Mercedes en la desierta plataforma del aeropuerto de
Villa Reynolds
(foto: Pablo
Luciano Potenze). |
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Volver
Pudimos cumplir con nuestro programa, pero por el atraso la visita a la
planta la hicimos el sábado, lo que significó alterar también la vida de
quienes debían mostrarnos el lugar. Fue inevitable dormir en un hotel,
otro costo imputable al conflicto gremial.
Había que volver, pero para tener un servicio directo había que esperar
a la noche. Aprovechamos el día haciendo turismo en las ciudades de San
Luis y La Punta, y por la noche viajamos en la empresa Andesmar (que
alguna vez supo ser línea aérea) en clase “cama ejecutivo”.
El micro estaba limpio y salió a horario. Los asientos eran bastante
parecidos a un business aéreo, con una disposición de 2+1 con un pasillo
amplio. Cada butaca tenía una pantalla en la que se podían ver películas
escuchar música o leer libros (Borges, Cortázar, Oscar Wilde). También
entregaban una almohada, un auricular biaural y un ejemplar de la
revista Hola. Ni bien partimos se sirvió la cena, consistente en una
bandeja con fiambre, pan, un chip, grisines, arroz, mayonesa, y un
bizcochuelo dulce. Además hubo canelones calientes. Para beber,
gaseosas, agua o vino. Llegando a Buenos Aires, nos dieron un desayuno
con café, tostadas, mermelada, un alfajor y una madalena. Yo vuelo en la
Argentina desde 1951 y no recuerdo ningún servicio tan completo. Puede
ser que los haya habido, pero no los conocía. Lo más parecido que
recuerdo fue Austral en tiempos de los BAC.
En los asientos “cama
ejecutivo” se puede dormir bastante bien, y son decididamente más
cómodos que los de cualquier servicio aéreo doméstico del país. Acoto
que el viaje es mucho más largo. El precio fue $ 330.-2,
en el orden de la mitad de la tarifa aérea intermedia. El factor de
ocupación de este viaje también estuvo en el orden del 50%, por lo que
también es probable que Andesmar haya perdido plata con el servicio.
Un último comentario que tiene que ver con la seguridad. El micro no
paró nunca. ¿El conductor estuvo siempre al mando y ni siquiera fue al
baño? Me inquieta el tema.
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Aeroestación del aeropuerto de Villa Reynolds vista
desde la plataforma
(foto: Pablo
Luciano Potenze). |
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Otra realidad
Llegamos a la terminal de ómnibus de Buenos Aires a horario. Como
siempre, un edificio sórdido y sucio. Esa mañana había un maratón, así
que la ciudad estaba cortada, por lo que no tenía sentido tomar taxis ni
colectivos. Hubo que caminar hasta el subte, cuya estación estaba oscura
y sucia. Hice combinación con la línea “A” para ir a Caballito, pero la
vieja formación fue incapaz de realizar todo el trayecto y nos hicieron
bajar en Plaza Miserere por desperfectos técnicos. Al rato vino otra y
por fin llegué a mi casa.
Discusión necesaria
¿Tiene
sentido volar en la Argentina? En distancias largas, que por medios de
superficie significan más de doce horas probablemente el avión sea la
mejor alternativa, pero en viajes más cortos creo que en el estado
actual de los servicios, y sobre todo por los horarios, la discusión es
posible.
El viaje aéreo es más rápido, pero considerando el traslado de puerta a
puerta, con las demoras del check in y la espera de equipajes los
tiempos son bastante mayores. Adicionalmente los imprevistos parecen ser
lo más previsible de los viajes aéreos. Todos los viajeros frecuentes de
nuestras rutas domésticas con los que he hablado en los últimos años
coinciden en señalar que los vuelos no cumplen los horarios.
Explicaciones siempre hay, pero puntualidad no.
Asociado con el tiempo está el tema de la disponibilidad. Nuestro viaje
se pensó en un mundo ideal, en el que los aviones están al alcance del
pasajero cuando éste los necesita, y eso está muy lejos de la realidad.
Probablemente para viajes turísticos y de visita a parientes y amigos
nuestros horarios sean adecuados, pero para los viajes de negocios no lo
son. No es lo mismo ir por la mañana y volver por la noche que tener que
pernoctar. Los servicios de buses han descubierto que el viaje nocturno
permite al pasajero, a cambio de un innegable esfuerzo físico, no perder
una jornada de labor, algo que con el avión en muchísimos casos se
pierde porque no se puede implementar una vuelta razonable.
El precio es otra variable que juega en contra del avión. Es razonable
que se cobre una tarifa mayor por un servicio que tiene ventajas (en
este caso el tiempo), pero si esa ventaja no se puede poner en práctica
el pasajero no va a pagar lo que le piden. Si encima tiene que pagar
hotel y comidas que no figuran en otros medios de locomoción la ecuación
económica se hace mucho peor para el medio aéreo.
Adicionalmente todos los servicios de los aeropuertos (bares, comercio,
remises) son más caros que los de las terminales de ómnibus. También lo
son las tasas y los impuestos.
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Hall del aeropuerto de Villa Reynolds en el momento
de máxima actividad del día. Ningún sistema de
transporte aéreo normal soporta tan poco tráfico
(foto: Pablo
Luciano Potenze). |
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Por
último hay un tema de maltrato. Por algún motivo en el ambiente
aeronáutico argentino son soberbios. Soy consciente de que me tocó
viajar en un día límite, porque no se combinan siempre los conflictos
gremiales con la meteorología. Estaba dispuesto a enfrentar esta
situación con buena onda, pero lo que no soporto es que me mientan
descaradamente, como hicieron en Aeroparque el viernes 7 de octubre de
2011. Hace más de veinticinco años me tocó programar un vuelo en un día
de paro. Fue totalmente distinto. Fui a Aeroparque porque quise, ya que
sabía que los vuelos estaban suspendidos, y allí en una estación
desierta, me lo confirmaron. Todo totalmente claro. No me gustó no
volar, pero en esa oportunidad me trataron como a una persona adulta y
ahora me quisieron engañar como a un chico.
Acerca del ferrocarril
Este
comentario quizás esté fuera de contexto en una página de aviación, pero
el motivo de este viaje fue ferroviario, y en la medida en que he
reseñado cosas relacionadas con varios medios de transporte es
interesante agregar un capítulo ferroviario, o más bien logístico.
San Luis Logística es un ente del gobierno de la provincia que tiene
como objetivo facilitar las operaciones logísticas en su territorio,
para lo que ha construido la denominada ZAL (Zona de Actividades
Logísticas) de Villa Mercedes, un centro de almacenamiento y
transferencias de cargas en un predio de 83 hectáreas, con accesos
viales y ferroviarios. El conjunto se complementará con la habilitación
de instalaciones en el aeropuerto Santa Rosa de Conlara (Merlo), donde
está previsto realizar exportaciones internacionales.
Uno de los problemas de esta operación la falta de confiabilidad de la
tracción de los sistemas ferroviarios, por lo cual se optó por comprar
una locomotora para agilizar los viajes entre Villa Mercedes y los
puertos de Rosario, Zárate y Buenos Aires. Esta locomotora fue bautizada
La Puntana y fue presentada en público el pasado 7 de octubre.
Adicionalmente San Luis Logística tiene un ambicioso plan de
concientización sobre temas relacionados con la logística y el
transporte, habiendo realizado este año en la ciudad de Buenos Aires un
ciclo de conferencias bautizado “San Luis Logística invita a pensar”, en
el que se trataron todo tipo de temas, incluido el medio aéreo,
habiéndose publicado un libro en el que se compendian estas charlas.
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La Puntana frente a uno de los depósitos de
la ZAL Villa Mercedes. Los coches que se ven atrás
fueron prestados para la presentación por el Museo
de la Estancia Santa Romana. (foto:
Pablo Luciano Potenze). |
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Buenos Aires 14 de Octubre de 2011
Nota:
[1] Los valores del cambio de
moneda son a la fecha de publicación del artículo:
1.- USD = $ 4,23 Pesos argentinos.
1.- Euro = $ 5,68 Pesos argentinos.
Por tanto las tres tarifas ofrecidas por Sol son las siguientes:
Tarifa mas cara: $ 736.-/USD 174.-/Euro 130.-. Tarifa media: $
681.-/USD 161.- /Euro 120.-. Tarifa mas barata: y $ 584.-/USD
138.-/Euro 102.-.
Tarifas de referencia mínima y máxima establecida por la Resolución
112/2011 para volar a San Luis: Mínima de $ 354.-/USD 84.-/Euro
62.- y una máxima de $ 672.-/USD 159.- /Euro 118.-.
[2] El precio del
asiento "cama ejecutivo" de la empresa Andesmar fue $ 330.-/USD
78.-/Euro 58.-
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